Si mis botas y mi remo hablaran

Wednesday, December 23, 2009

De Bajo Grande a Los Chorros de Olá o El por qué retitulé mi blog

En días pasados hicimos mi amigo Chino y yo la caminata desde Bajo Grande a los Chorros de Olá. Era una caminata que involucraba pasar por microclimas, alturas y paisajes distintos. La verdad no puedo tener queja; pareciera que las estrellas se hubieran armado para que todo nos saliera perfecto. El timing y como se fue dando todo estuvo a otro nivel. Nos habíamos propuesto 3 días para este recorrido, pero lo cubrimos en 2, a paso de mochilero, pero sosegado y sin prisas.
Gracias a Rompy Bennett y su Taller de Aventuras, - quien ya había realizado el recorrido y posteado una descripción muy provechosa de todo lo que se encuentra en el recorrido - ya llevaba el GPS cargado con la ruta y las descripciones de q encontrar en cada waypoint. Gracias al Toñín también por facilitarnos la hoja cartográfica de los Chorros.

Dia 1
6:00am Penonomé, al lado de la C. de P. Llegamos a la parada de los busitos al Copé con el frío del amanecer y el olor de las legumbres frescas del mercado.
"En 20 minutos salimos..." nos dijo el chof.
Dejamos las mochilas bajo el último asiento y mi viejo nos invitó a desayunar tremendo café, bistec y tortilla. Al rato, y puntual, el chof fue a buscarnos. Nos montamos en el busito, y como diría Eddie Vedder: "Off they go".
Al llegar al Copé, no podía creer que no tuvimos que esperar ni un minuto por el pick up a Bajo Grande, era como si el transporte fuera para nosotros.

8:30am Bajo Grande Con esta suerte en el transporte, llegamos a las 8:30 y comenzamos a caminar inmediatamente. Decidimos cruzar el río de una vez en el puente en vez del zarzo como decía la ruta Rompy, aunque significara cruzar el río Bejuco, el cual volveríamos a cruzar más tarde, pero más arriba.
Entre sombras de árboles y con la fresca mañanera, seguimos la carretera de tosca hacia Las Sabanas, echando cuentos y bochincheando, y tomando una que otra foto. Tras haber ganado cierta altura, se empezó a descubrir el primer reto del día: el Cerro Golondrina con sus mil y tantos metros. Le mentamos la madre, pero seguimos caminando, dándonos ánimos y diciéndonos que teníamos 3 días para conquistarlo.

En la escuela de Las Sabanas, y tras un par de preguntas a los locales, seguimos la caminata dejando atrás un olor a chicha fuerte que provocaba quedarse allí mismo. Pasamos un naranjal y nos aprovisionamos de vitamina C. Fuimos bajando según la ruta, y acercándonos al río Bejuco, pero al ver unas casas al otro lado, mis neuronas navegantes me decían que en esa direccón no deberíamos seguir. Chino vio una desviación, así que para esta claros, consultamos el mapa. En ese momento, tomar la ruta equivocada hubiera podido significar un atraso de por lo menos una hora que no estábamos dispuestos a pagar. Así que desempaqué el GPS que venía enmochilado hasta ese momento. Eso me hizo darme cuenta que había dejado TODAS las baterías de repuesto, hasta para la lámpara de cabeza. Simplemente inperdonable.
Consultamos el aparatito y mapa en mano me dí cuenta que la desviación era la ruta correcta. Por allí tomamos. El trillo se tornó entonces más plano, pero algo encharcado y lodoso, cosa que recibimos con alegría por que daba la indicación de que las quebradas cerro arriba aún deberían tener agua.

11:00am Cruce del Río Bejuco. Nos topamos otro naranjal y entonces sí llenamos los bolsillos de naranjas hasta reventar. Aunque esa astucia casi le cuesta la cámara a Chino, por que cuando llegamos al cruce del río Bejuco, se percató que iba sin ella, así que para atrás. Mientras él regresaba por su cámara, me puse a filtrar agua extra por que sabía q el ascenso de casi 500 mts que seguía nos secaría hasta los huesos. Era peso adicional, pero de seguro lo iba a consumir.

Después de mojarnos un poco los pies cruzando el río, seguimos el camino. Nos topamos con una casa rodeada de pinos y nos quedamos un rato mirándola a ver si salían las brujas de las que tanto hablan de este sendero, pero nada. El sol empezaba a castigar, pero las panorámicas que se iban descubriendo motivaban a seguir: pueblitos en la distancia, trillos, montañas aún con selva, nubosidades de formas cambiantes... Seguimos con los bochinches y los cuentos de novias pasadas, pero a medida que perdíamos sombras de árboles y el sol llegaba a su cenit castigando el camino colorao, las conversaciones fueron menguando. Fue en ese momento que empezé a extrañar levemente una cerveza fríiiaaa. Más de un gallote nos pasó rasante, como esperando a que cayerámos vencidos. Pero ni bestia, un ratito caminando y otro ratito a pie, fuimos ganando altura.

13:30 A medio ascenso del Cerro Golondrina, el efecto de la altura empezó a notarse en una brisa más fría. Los cerros en la distancia empezaron a nubarse y al parecer los astros conjuraron a favor nuestro, por que el viento empezó a mover todos esos cúmulos y el cielo oscureció. Estábamos ya en la parte más descubierta del camino, y con la brisa fría y sin sol, el ascenso se convirtió en un paseo. Las naranjas fueron convertiéndose en chupones y las cámaras empezaron a tomar imágenes del paisaje en la distancia: El Orarí, los Picachos, el Guacamaya, las montañas del Copé,... la vista del paisaje era impresionante.
Luego de una vuelta y unos arbustos, Chino, que iba adelante, se topa con una empinada repleta de rocas:
"Aarghh!!, ayala vida, el camino perdido del inca!!", gritó.

La descripción no podía ser mejor. Ninguna foto que le tomamos hizo justicia de lo intimidante que se veía la loma empedrada retándonos al frente nuestro, como una escalera hecha añicos. Sin más remedio que el de seguir, avanzamos por este camino inca perdido entre la brisa refrescante y los cuentos y bochinches penonomeños.
Superado el camino inca, Chino, siempre en busca de tiestos, puntas de lanza, flechas y otros vestigios indígenas encuentra incrustado en una cima un moai. En realidad una roca más, pero que con un poco de imaginación guarda la figura de un moai sin terminar.
Al ratito, escuchamos voces y luego pasos. Nos sorpendimos y pensamos que eran las tan esperadas brujas que nos alegrarían la noche, pero eran 3 campesinos que venían a mula y a caballo en sentido contrario. Los saludamos y seguimos palante como se dice.

14:00 Ahh!! Agua fría!!! El siguiente waypoint en la ruta debían ser unos manantiales, importantísimos para reaprovisionarnos de agua. Impresionado por la exactitud del GPS y el mapa, llegamos a los mismos. Eran en realidad una quebrada de aguas frías y de donde se alimenta una toma de agua de algún poblado cercano. En ese momento agradecí tanto a Rompy por haber publicado una descripción tan detallada de la ruta. Saber que vas para un lugar que nunca has visitado, pero con una descripción tan precisa, te hace la vida más fácil y ayuda muchísimo a planear que llevar y cuánto llevar.
Filtrando agua allí y comiendo las últimas naranjas, volvimos a escuchar pasos. "Ichi, ahora si vienen las brujas", me decía Chino lleno de esperanza. Pero queba, otro campesino con dos caballos y un radio.
Decepcionados de no encontrar bruja ni tulivieja, seguimos el recorrido que ahora bordeaba el cerro Golondrina casi en un su cima. Poco a poco el mar en la distancia y los llanos coclesanos se iban dejando ver más y más. Con grupos de pinos aqui y allá y colinas cubiertas de hierba, el paisaje circundante recordaba pasajes de Heidi en sus alpes.
Devorando metros, pateando piedritas y esquivando rocas, dejando nuestras huellas, seguíamos nuestra ruta, recordando campamentos pasados y parando para descansar y fotografiar de vez en cuando. Fue en una de esas conversas que dije, "Si mis botas y mi remo hablara". Fue entonces que caí en cuenta que ese era un mejor título para este blog.


16:00 Pero que panorámica!! (La Tasajera) Al terminar de bordear el Cerro Golondrina no había ningún punto más alto que nosotros al frente nuestro y nos topamos con un escenario que quitaba el aliento: toda la costa con unas formaciones nubosas bellísimas en la distancia antecedida por toda la tierra creada desde San Carlos hasta Santa María: el Orarí, el Guacamaya, el Santa Cruz, los llanos de Antón y El Coco, los cañaverales, el Vigía, el Salado, el golfo de Parita y los picachos de Olá, hasta algunas montañas veraguenses envueltas en una tormenta. Todo el paisaje no cabía en ojo humano alguno. El efecto del sol muriendo a nuestras espaldas filtrando sus rayos entre las nubes le daba un toque especial a todo el panorama.

Daban ganas de quedarse horas contemplando tanta belleza, pero había que continuar. Eran las ultimas horas de sol y no había indicios de agua en los alrededores. Aún nos separaban como 2 kilometros hasta un sitio indicado como Valle de los Duendes propicio para acampar y allá teníamos que llegar antes que anocheciera. Así que después de varios minutos de contemplación panorámica, continuamos la caminata ahora en franco pero suave descenso.
Fue entonces cuando, tal como lo describe Rompy, el efecto del arco seco y el descenso de altitud empezó a manifestarse en calor, aún a esa hora de la tarde. El paisaje cambió drásticamente; atrás quedaron los pinos y árboles para ver solamente rocas y colinas totalmente descubiertas y erosionadas, me recordaba Tatooine. Era como si la tierra y sus piedras le hicieran a uno una mala jugada. Esa parte del sendero me pareció como un obstáculo para poner a prueba la stamina mental de cualquier caminante que en ese momento viene con las últimas reservas de energía. En ese instante la pinta fría ya no la extrañaba levemente, la extrañaba bastante.
Cuidándonos de no equivocarnos en varios cruces, seguíamos para encontrar el mencionado sitio de campamento donde se suponía había una quebrada y una caseta en medio de el Valle de los Duendes.

17:30 Al fin! La meta del primer día. Rodeados de colinas que evindenciaban estar en medio del Valle de los Duendes, cruzamos una quebrada, que para sorpresa nuestra y a pesar de lo árido del lugar, aún tenía buen caudal. Continuamos el camino GPS en mano, estábamos cerca del área propica para acampar y a pocos metros, a orillas de la misma quebrada que habíamos cruzado, divisamos la caseta. A los pocos segundos, un lugareño con un niño a caballo se topó con nosotros y nos confirmó que la caseta, que en realidad es una casa temporal que los campesinos llaman trabajaderos, no estaba siendo usada en el momento y podíamos pasar la noche allí. El sr. gentilmente nos dio algunos consejos para llegar a los Chorros de Olá y nos guió y acompañó hasta la casa. Al despedirnos le regalé unas cajillas de pasitas al niño, que el señor agradeció con un tono de voz quebrado que se escuchó desde lo más profundo de sus huesos. Fue algo inesperado que solo podía hacer pensar que esas pasitas, un aperitivo para nosotros, podían ser para ellos un manjar en medio de ese paraje árido, lejos y privados de tantas comodidades a las que estamos acostumbrados.
La casa deshabitada estaba perfecta: el techo en buen estado, fogón alto, mesas y sillas y la quebrada a pasos de distancia con buenos charcos para un merecido chapuzón. Pusimos las mochilas a descansar en el suelo y nos preparamos la cena/almuerzo que devoramos como pirañas cuando ya la noche había entrado con su cielo sin nubes y casi sin espacio para más estrellas.


Día 2
10:30 Bajo un sol inclemente, pero decididos a terminar, después de levantar campamento retomamos la caminata. Sabíamos que ibamos super tarde, pero sabíamos también que estábamos cerca de los Chorros, así que no nos importó dormir un poco más ese día. Antes de volver al camino, exploramos un poco la quebrada que pasa por la caseta; increíble, sin bosque de galería se mantiene limpia y con un caudal respetable. Algo que sorprende porque es bastante árido el terreno.
Desde el día anterior, ya divisábamos el Cerro Muela, vecino de los Chorros de Olá. Era como nuestro faro que nos llevaría a la meta. La verdad que con esa referencia ya no hay perdedero, y hacia allá seguíamos, confirmando de cuando en vez con el GPS que ibamos en la ruta correcta.

El mapa indicaba que había dos quebradas más por cruzar. No se por qué me hacía la idea de que serían relativamente pequeñas, pero ambas nos sorprendieron. Prácticamente eran unos ríos, con unas curvas y corrientes preciosas y unas pozas que invitaban a tirar las mochilas al suelo y quedarse metido en esas aguas hasta el día siguiente, máxime que el sol cada vez era más abrasador. Concluimos que por unos cuantos metros más de caminata, ese era otra área de acampada excelente.

Poco a poco fuimos dejando el Valle de los Duendes bordeando el nacimiento del río El Vaca formado por la unión de las quebradas que habíamos cruzado. El efecto fulminante del sol se empezó a manifestar cuando nos dimos cuenta que estábamos parando más seguido que el día anterior. Ya casi estábamos por debajo de los 500mts de altura, así que la brisa fresca de montaña era solo un recuerdo. Al mirar hacia atrás veíamos el cerro Golondrina en la distancia. Qué locura. Empezé a extrañar una cerveza fría casi con ansias.
Llegamos a un portón señalado como el último waypoint antes de la cima de los chorros. Chino y yo coincidimos en que quien hiciera esa caminata y llegara a ese punto, ya podría sentarse a conversar con nosotros. Prácticamente ya estábamos en la meta, lo que seguía era bastante plano. El paisaje a la distancia era ya algo registrado en algún punto de la memoria por tantas visitas a los Chorros de Olá. Definitivamente estábamos cerca, pero los castigadores rayos ultravioleta lo hacían sentir lejísimo.


13:30 En la cima de los Chorros. A eso de las 13:00, con el Cerro Muela en nuestras narices, nos desviamos del camino y cruzamos una cerca para llegar al río El Caño con la misión de explorar el inicio de las cascadas. Cuando habíamos visitado los chorros en ocasiones anteriores de la manera convencional, no había quedado tiempo para ir hasta arriba, adonde estábamos ahora. Como no teníamos apuro y nadie nos esperaba para recogernos, seguimos río abajo y luego ascendimos al punto más alto que se ve desde la carretera que pasa por los chorros y que tiene unos cuantos pinos raquíticos. La hora: 13:30. Definimos el momento como el final de la jornada, como la meta, como la culminación de una idea que había empezado apenas una semana antes con una llamada diciendo: "hey, q vamos a hacer estos días??" Ahi estábamos como iguanas bajo ese sol, como imbéciles, pero contentos de haber completado el recorrido. Parecía una escena de Tenzing y Edmund.
Al rato, nos refugiamos bajo una sombra a esperar que el sol bajara su intensidad. Luego recorrimos el área y nos fuimos al borde de la cascada - debería decir borde del abismo. No sé como es el vértigo, pero lo que sentí al mirar abajo bien apoyado de una piedra fue un miedo y un respeto enorme: el precipicio da una sensación de vacío espeluznante y el viento pega fuerte en la cara, como si mil fantasmas vinieran volando a velocidad sobre el lecho del río y de repente se topan con la pared rocosa y rebotan hacía arriba con gritos desesperados y aterradores.

Luego de las fotos de rigor, seguimos explorando un poco más los alrededores y después remontamos río arriba y retomamos el camino que habíamos dejado. Hacia el final de la tarde ya estábamos en la carretera de tosca que corta Cerro Muela.
Con la fresca del atardecer, y contemplado el poblado de Los Valles, concluimos que la única frustración del viaje fue no habernos topado con bruja alguna, y que con la cantidad de piedras de las que está repleto el camino, el mismo debería ser El Camino del Inca Perdido, o el del Moai Perdido.


Casi al anochecer, llegamos a la base de los chorros, adonde siempre hemos acampado y allí pasamos la última noche del recorrido. Me dormí pensando que ya estaba cerquita de la tan ansiada pinta que ya no podía aparta
r de mi mente.

Día 3
En el último día los astros siguieron tirando dados a nuestro favor. Al llegar al primer pobaldo, El Ciruelo, nos compramos duros de coco y caminamos hasta el pueblito llamado Nuestro Amo por un camino del que no sabíamos hasta ahora que teníamos mapa y al llegar a la tienda encontramos soda congelada. La suerte siguió acompañándonos con un pickup que nos dió el bote hasta Churubé de vuelta a la civilización y nos dejó justo al frente de un local de esos donde uno puede refrescarse amenamente.
"Ta cerrado" me dijo Chino, quien ya no toma.
"Espérate...", le dije y caminé con todo y mochila hasta la parte de atrás,
"Buenas, ¿como están? ¿Tendrán algo para refrescar el alma por ahí??" Saludé de esa manera.

"Como no!!" me respondió un muchacho y abrió el local de par en par,
"Pero solo tengo de las grandes" nos dijo en tono que denotaba preocupación.

"No importa, mejor!!!" fue mi respuesta.

Y así terminó la historia.