El amanecer más lindo que he visto y que veré
Horas antes del anuncio de tu llegada, tú mamá y yo habíamos estado haciendo visitas a familiares en el pueblo que me vió crecer. Era el primer día del 2010, así que todas las casas estaban bellamente decoradas por las fiestas dicembrinas y el ambiente estaba lleno de esperanzas y alegrías por el comienzo del nuevo año.
La noche nos agarró en la casa de tus tíos Raúl y Mary entre sabores de ponche, dulce y jamón. De allí partimos a la casa de tus abuelos en donde pasábamos aquellos días. Dejé a tu mamá en casa de mis padres y partí a una barbacoa donde mis amigos. Eran alrededor de las 8:30 de esa noche de luna llena.
Sólo hice llegar a ese asado cuando recibí la llamada del inminente anuncio. Casi al instante me di cuenta cómo mi vida cambiaba en un segundo. Eran muchos sentimientos, pero por encima de todo trataba de mantenerme en calma.
Al llegar al hospital Aquilino Tejeira nos encontramos con la noticia que no había ginecólogo para atender tu alumbramiento, lo que obligaba a trasladarse al hospital más cercano en Aguadulce. Pero también nos dieron la noticia que la única ambulancia estaba de regreso de ciudad de Panamá y al llegar tenía que llevar a otra mamá que también estaba por dar a luz pero en una condición más crítica.
Así que con la prisa que ameritaba la situación, tu tío Luis ofreció su van para trasladar a tú mamá al hospital Rafael Estevez en Aguadulce. Todos los asientos de la van habían sido removidos y el piso recubierto de cartones. Encima de esos cartones tu tío colocó un catre donde se recostó tu mamá. A su lado en una diminuta silla iba yo. Al volante un chofer del que no hemos vuelto a recordar el nombre y como caída del cielo tu tía Bienvenida, quien iba a iniciar su turno de enfermera en el mismo hospital al que íbamos.
Y así dejamos el hospital de Penonomé y enrumbamos hacia Aguadulce. Yo iba tratando de tranquilizar a tu mamá, quien con solo unos cólicos molestos iba casi sin dolores de parto, pero tenía esta cara de preocupación porque sabía que la tarea que le venía no sería fácil.
La luna llena brillaba en lo alto de una noche sin nubes, alumbrando de una manera muy hermosa toda la campiña coclesana. Esa misma campiña donde reinó aquella cultura aborigen de los llanos de El Caño y Natá de la que tanto me habló mi papá; de como sabían vivir en armonía con la Madre Tierra. Y qué decir de cómo se empapaban de los rayos lunares aquellas montañas que había recorrido apenas unas semanas atrás (lea De Bajo Grande a los Chorros de Olá). Recordé como desde esas montañas había contemplado toda esa llanura y hasta el mar mientras meditaba que pronto estarías en este mundo. Le conté también a tu mamá cómo se veía el imponente Guacamaya en esa noche de luna. El hecho que estabas por venir a este mundo y el espectáculo de la Luna Llena iluminando nuestro camino en el inicio de ese año creaba una atmósfera única e indescriptible.
Cuando llegamos al hospital la tecnología nos permitió escuchar tus latidos aún en el vientre de tu madre. Esa música aceleró mis pulsaciones y me emocionó. Luego pasamos a la sala de urgencia a esperar a que tu mamá estuviera lista para traerte al mundo. Allí compartíamos espacio con varias otras personas aquejadas de diferentes males: desde leves accidentados hasta señoras mayores con dolencias, pasando por intoxicados de comida sin dejar el que no podía faltar: un muchacho con alcohol hasta los pelos que se retorcía en el piso de la borrachera que lo dominaba.
Con el pasar de las horas comenzaste a provocar dolores intensos a tu mamá. Afuera tus abuelos y tíos esperaban contentos y ansiosos. Y yo, aunque me creía calmado, sabía que en el fondo estaba super nervioso. Al rato y luego de otras pruebas, nos comunicaron que iban a trasladar a tu mamá a otra sala hasta que dilatara lo suficiente y estuviera a punto. Les di la noticia a los que esperaban afuera y decidieron entonces irse a descansar. En silla de ruedas y ya casi las 12:00 de la noche trasladamos a tu mamá. Me despedí de ella con sentimientos encontrados: por un lado el leve temor de que había la posibilidad como en cualquier parto que una de ustedes dos no sobreviviera, y por otro lado que cuando la volviera a ver te iba a conocer.
Así que las dejé al cuidado de las enfermeras junto a varias mamás también por dar a luz y bajé a otra sala de espera, la única con televisión. Allí, solo en esa habitación y con toda mi familia retirada me sentí la persona más sola de este mundo. Aún no sé por qué.
Mis siguientes horas transcurrieron durmiendo a ratos, afuera en mi carro o charlando con una que otra persona. Subí dos o tres veces a la sala en donde estabas en el vientre de tu mamá a preguntar cómo iba todo. La respuesta de las enfermeras era la misma: "Todavía" . En una de esas ocasiones, al regresar a la solitaria sala de espera, me encontré con una señora y su hija, ambas con rostros de angustia consolándose en silencio.
Trataba de dormir y medio que me entretenía con la televisión cuando a eso de las 5:00 de la mañana aparece una enfemera y se acerca a la señora y su hija y les comienza a hablar. A los pocos segundos y sin separarse, madre e hija rompen en llanto. Qué tristeza. Era increíble como una vida se apagaba y otra estaba por alumbrar. El milagro y misterio de nuestro paso por este mundo se hacía presente en esa habitación. Una familia angustiada y triste por una muerte y allí mismo otra familia preocupada pero alegre por un nacimiento.
Pensando en esa ironía de la vida dejé transcurrir minutos y minutos. A eso de las 5:45 decido subir a conocer el estado de tu mamá. Al preguntar las enfermeras me dicen "¡¡¡Corra que se la llevaron a sala de parto porque casi da a luz aquí mismo!!!..". Mi corazón latía de prisa y entre la emoción y la tensión me perdía entre tantas puertas blancas y largos pasillos. Preguntando a quien me encontraba finalmente llegué al vestíbulo de la sala de parto. Entre las voces de la doctora y enfermeras escucho los gritos de tu madre y a los pocos minutos escucho un llanto. Mi corazón dio tres mil vueltas, mi garganta se endureció y mis ojos se humedecieron. Eran las 6:01 de la mañana del 2 de enero de 2010.
Como no podía entrar a la sala de parto, salí del hospital a agradecer al cielo y los dioses y me encuentro con el más grande y bello espectáculo que me haya ofrecido la Madre Tierra: un frío amanecer desprendiéndose suavamente del sereno de la madrugada acompañado de una brisa casi imperceptible; techos empapados de rocío dejando caer suaves gotas de agua; un cielo de verano azul celeste completamente despejado; el dios Sol a mis espaldas apenas despuntando en el horizonte y una enorme Luna Llena todavía brillando frente a mí con todo su esplendor. Fue el amanecer más lindo que mis ojos han visto y dudo que volveré a ver otro igual o mejor que aquél en los años que me queden por vivir.
Después de extasiarme de tanta belleza natural esperé hasta que pude ver a tu mamá. Estaba cansada, pero relajada y felíz. Sosteniendo mi mano me dijo "Se parece a tí.." Al rato te contemplé por primera vez en la incubadora. Allí, tan frágil y aún en posición fetal, te veías igualita a mi Tía Rosita (qepd), sólo que sin cabello, sin cejas y con unas incipientes pestañas. Yo quería saltar como un niño y a todos los desconocidos asomados a la ventana les decía orgulloso que tú eras mi hija.
A pesar de tu prematuro nacimiento y las 5 libras 8 onzas con que llegaste a este mundo hoy eres una niña fuerte y grande. Te has bañado en ríos y playas; acampaste por primera vez antes que aprendieras a caminar; aprendiste a bailar congo como tus ancestros afroantillanos; te has presentado ante más de 500 personas; hablas como una lora y bailas más que Celia Cruz y Margot Fonteyn; has compartido Navidades con aquellos que poco tienen; ya has recibido tu primer diploma; has remado conmigo y te encanta salir a comer como a tu padre. Pronto estarás en edad para llevarte a las alturas, junto a las águilas poderosas.
Sigue creciendo fuerte y sana en cuerpo y alma hija mía. Que todas las fuerzas positivas de la Madre Tierra nos guíen y ayuden a los que influimos en tí. Y que Dios y los dioses te protejan y orienten siempre Isabella Milagro.